La Elección de Jesús

       JESÚS, como cualquier hombre, se encontró en su vida con multitud de situaciones en las que tuvo que optar, con un sin fin de momentos en los que necesitó elegir un camino determinado dejando otros. Él, como nosotros, decidió libremente la opción que quería vivir: cumplir la voluntad de su Padre y la fue ratificando con cada una de sus palabras y acciones en todas las situaciones que le tocó afrontar y que terminaron llevándole a la muerte en la cruz, por la coherencia y radicalidad con la que las vivió. Fue Él, quien tuvo que ir construyéndola día a día con sus decisiones a medida que iba adquiriendo conciencia de quien era e iba asumiendo la misión para la que había venido al mundo, optando desde su libertad por un camino de obediencia frente al Padre y de servicio a los hombres, un camino que le llevaría hasta la muerte. Su vida fue, por tanto, una auténtica y verdadera historia de libertad, no estaba predestinada o decidida de antemano por ser quien era. Por eso, podemos afirmar que Él es: “la síntesis viviente y personal de la perfecta libertad en obediencia a la voluntad del Padre”.

      Cuándo tomó Jesús su opción fundamental es algo que no sabemos y que no podemos determinar. Pero se puede afirmar que probablemente no sería una decisión tomada en un momento concreto a modo de acto aislado, sino más bien algo que ocurrió procesualmente. Un primer indicio, todavía no firme, lo podríamos ver en el pasaje de su primera pascua en Jerusalem (Lc 2,41-52), cuando dice “debo atender los asuntos de mi Padre”. Pero será en el pasaje de las tentaciones en el desierto que nos narran los sinópticos al comienzo de su vida pública donde podemos afirmar que Jesús ya ha tomado su opción fundamental de manera firme y que ha dicho sí a su misión. En él nos encontramos con un momento decisivo en el que Jesús debe elegir, y lo hace escogiendo al Padre en un acto de soberana libertad, prefiriendo negarse a sí mismo antes que negar a Dios. A partir de ese instante muchos serán los pasajes que muestren a través de hechos o palabras como Jesús ratifica su elección. Pero el momento en el que la opción fundamental de Jesús adquiere su condición definitiva debemos situarlo en Getsemaní. Allí, su decisión convierte su opción en irreversible. Con ella, Jesús reafirma su adhesión total a Dios hasta las últimas consecuencias, hasta la entrega de su propia vida. Aceptando su muerte, Jesús ratifica y confirma su forma de vivir en absoluta fidelidad a Dios como el único camino válido para el cristiano aunque le lleve a la muerte. De ahí, que sea precisamente la muerte la que imprima carácter definitivo a toda opción de vida al convertirla en opción final, definitiva.

      En Getsemaní, Jesús se muestra como modelo de entrega de su vida por permanecer fiel a la voluntad de Dios: actitud del hombre fiel, y así lo manifiestan los tres evangelistas que lo narran (Mt 26,36-46; Mc 14,32-42; Lc 22,39-46). Los tres presentan elementos comunes en sus respectivos relatos: la necesidad de la oración ante la prueba, la angustia y la tristeza que invaden a Cristo ante la decisión que debe tomar, que se ve reflejada en el hecho de que se postre en tierra y la oración de suplica al Padre pidiendo que pase de Él esa copa de amargura pero aceptando su voluntad, siéndole fiel hasta el final, entregando su vida. En ese instante Jesús acepta la muerte como el desenlace inevitable en el que desemboca su opción. Pero cada uno de ellos hace hincapié en un aspecto determinado. Marcos la entrega y la confianza en el Padre, Mateos el contraste entre la humanidad y la divinidad de Cristo y Lucas en la agonía y la fragilidad que manifiestan la plenitud de la Encarnación.

      Finalmente, decir que la actitud de los discípulos en este momento constituye un doloroso contraste con la de Jesús, haciendo su opción más dura por ser vivida en soledad. Todavía no habían comprendido la misión del maestro, aunque más tarde, tras la Pascua, se convertirán todos en verdaderos modelos de entrega de la vida por su fe y su Señor, en auténticos imitadores de su Señor.

 

Ginés González de la Bandera Romero