Juan Borrego Castillo

    El 15 de Diciembre de 2006, murió Juan Borrego Castillo, el segundo hermano mayor de nuestra hermandad por orden cronológico y una de las piezas claves en su fundación. Por el cariño que le profesaba, y a petición de nuestra hermandad, hago esta semblanza destacando otros aspectos de su vida.

    Nació en Estepa el 16 de diciembre de 1921 en la calle Antonio Álvarez no 7 (hoy Sor Ángela de la Cruz). Hijo de Antonio Borrego de la Cruz y de Carmen Castillo Gómez.

    Siendo un niño, con tan sólo doce años, tuvo que abandonar la escuela de Ciriaco al fallecer su padre, pues dejaba viuda y seis hijos, de los que Juan era el segundo y, por tanto, de los llamados a meter el hombro para sostener la economía familiar que, en aquellos tristes momentos, estaba representada por los ingresos que, como costurera, obtenía su madre.

     Guardo un imborrable recuerdo de esta mujer pues también socorrió mi economía infantil, escasa, por no decir nula, como la de cualquier niño de finales de los 50. Siempre me daba una monedilla de no recuerdo qué valor pero acompañada de un beso cariñosísimo mientras me apretaba en su regazo, despidiéndose también siempre con un “dale un beso a tu madre” pues había sido su maestra de costura (Carmelita “la grande” le llamaban en el taller a la maestra y Carmelita “la chica” a la alumna para distinguirlas), y se sentía orgullosa de mi madre, que también tuvo que establecerse por su cuenta con tan sólo catorce años, y ese orgullo siempre fue correspondido con auténtica veneración hacia su maestra por parte de Carmelita “la chica”.

    Pero volvamos a nuestro querido Juan que se había visto obligado a dejar la escuela para incorporarse a su primer trabajo. Así, siendo un muchacho aún, entró a trabajar en el molino de Juan González durante el día y en la carpintería de Joaquín Rodas por la noche. Para que la situación familiar fuera más fácilmente llevadera, Carmelita y sus siete hijos se marcharon a vivir con su tía, dueña de la Fonda Italiana en la popular calle Mesones.

    A pesar de la nueva situación, siempre debió encontrar los momentos para estar en contacto con los libros, su auténtica pasión, pues llegó a tener una amplia cultura en plan autodidacta, que le resultaría mucho más fácil durante el cumplimiento del servicio militar en Tablada más de seis años.

    Al licenciarse vuelve a Estepa y entró a trabajar en el almacén que había puesto D. Luis Martín, compaginando su oficio de carpintero con el de responsable de dicho establecimiento. Tan asociado llegó a estar a ese local que le comenzaron a llamar “Juan el del almacén”. Con el futuro ya garantizado, decide casarse con su novia, Aurora Arenas, bendiciendo Dios el matrimonio con dos hijas, Aurora y Esther, y seis nietos.

    Pero no quiero acabar esta breve semblanza sin destacar una labor de la que tanto aprendí de él y a la que los estepeños le debemos tanto. Me refiero a su labor divulgadora de la historia de Estepa. Comenzó con la obra de más envergadura que fue la de la reedición del Memorial Ostipense, obra que, como todos sabemos, se publicó por primera vez en Estepa en 1886, gracias a la labor investigadora de Aguilar y Cano, pero que estaba total- mente agotada y, para ponerla al alcance de todos los estepeños, Juan decidió meterse a editor con sus propios medios.

    También participó en la fundación de la Asociación “Amigos de Estepa”, que se encargó de difundir y conservar el patrimonio de nuestra ciudad.

    Durante toda su vida se encargó en sacar copias de cuantos documentos aludían a la historia de nuestro pueblo.

    Documentación que ponía tanto al servicio de todos sus amigos con quienes compartía la afición de la historia, como al de los alumnos de nuestros centros escolares para ayudarles en sus trabajos. De tal manera, que habiendo reunido un magnífico archivo me consta que mucha documentación de la que prestaba no se la devolvían, pero eso no era impedimento para que los siguiera prestando, con tal de seguir difundiendo la historia de Estepa.

    La misma esplendidez tenía para aportar sus investigaciones para que fuesen publicadas por otras personas. Así ocurrió con el famoso manuscrito de Juan Caballero que se lo dejó a José María de Mena o su estudio sobre los motes estepeños que se los facilitó a Juan Luis Gamito.

    También siempre estuvo desinteresada- mente a disposición del Ayuntamiento para servir de guía turístico de cuantas visitas oficiales venían a Estepa, como de cualquier turista que nos visitaba y a los que Juan les dedicaba todo el tiempo que hiciera falta.

    Por todo esto no debe extrañar que en 1976, a propuesta de José María de Mena, fuera nombrado miembro de La Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Igualmente sería bonito que nuestra Hermandad propusiera al Iltmo. Ayuntamiento, por ejemplo, poner el nombre de nuestro recordado Juan Borrego al mirador que se ha hecho ahora junto a nuestra Torre del Homenaje, para dejar así, un recuerdo imborrable de una persona que se lo mereció.

Antonio Rivero Ruiz