Manuel Amador Amador
Es éste el comienzo literal del documento más antiguo que conserva la Hermandad y que saca a la luz los inicios de la misma, y de quienes impulsaron y fueron los inesperados protagonistas de esta aventura de fe que se llamó Hermandad de las Angustias y que el paso del tiempo ha ido afianzando con el fervor de tantos corazones Blanquillos.
Y entre esos seleccionados por el buen ojo cristiano del gran D. Manuel Lassaletta, se encontraba él, un humilde obrero de la construcción, Manuel Amador Amador o “El Pirri” como era conocido por todos, o “El Niño Grande”, cariñosamente llamado por los más cercanos, viéndose con la inmensa responsabilidad de asumir el cargo más representativo, y pasando a la historia de la Hermandad como el “Primer Hermano Mayor”.
Manuel nace en el seno de una familia de arrieros un 19 de marzo de 1917; su padre Francisco, su madre Natividad, y él el segundo de seis hermanos. Como no podía ser de otra manera su infancia y adolescencia la ocupó como un arriero más de la familia, hasta que con 16 años pasó al gremio de la construcción, acontecimiento éste en su vida, que condicionaría su participación en la fundación de la Hermandad, ya que, como se recoge en los preliminares de las reglas, esta Hermandad nace “al pie de un andamio”.
El amor llegó a su vida de la mano de una joven estepeña en quien vio a la mujer que esperaba y a la perfecta madre de los hijos con que se vieran agraciados, y tras un largo noviazgo de 11 años contrae matrimonio con Concepción Fernández Barrero el día de nochebuena de 1944, festejando humildemente tal acontecimiento, y en tan propio día, con aguardiente y pestiños para familia y pocos más. De la calle Concepción donde vivió hasta este momento se establecen en la calle Roya, donde crean su hogar y donde vendrían al mundo sus tres hijos: Francisco, Pilar y Manolo.
Cuenta su hija Pilar, que su padre sufrió las 28 necesidades de la época y vivió en primera persona tres años de la guerra, dificultades en su vida a las que supo hacer frente con fortaleza. Y en su recuerdo el semblante de un hombre de carácter serio, tímido, muy trabajador y atento a su familia.
Cuando el trabajo en la empresa de D. Luis lo requería tenía que poner tierra de por medio, y como recuerda Pilar, ¡qué desarbolaos nos quedábamos cuando mi padre se tenía que ir de “bara”!, que venían a ser unos 40 días trabajando en Sierra Morena. Y cuenta, que en estas ausencias aprovechando que alguien fuese, le mandaban “los catites”, que no eran más que cositas de comer, que la necesidad, además, obligaba a dejar fiao hasta que llegara el cobro.
Participó en los años 60 en ese movimiento católico que fueron los Cursillos de Cristiandad, con sede en la iglesia de los Frailes, y cuyo fin era promover una participación más activa de los hombres en la iglesia.
La salud le obligó a tener que jubilarse antes de lo previsto, y en su ya vida más ociosa fue habitual compañero de dominó de D. Manuel Santos Ortega, quien fue Párroco de San Sebastián y Director Espiritual de esta Hermandad.
De la vida de su padre en la Hermandad han quedado grabados algunos recuerdos, como aquella primera túnica que salió aprovechando una sábana, y aquellos botones de cartón forrados de tela
negra. Recuerda esa plancha de carbón preparada para dejar inmaculada de arrugas la túnica para
acompañar a su Virgen de las Angustias, después de dar una dura jornada de trabajo; el ritual de
cómo su tío José llegaba para recoger a su padre y de allí, rigurosamente uniformados, atravesaban
el pueblo hasta llegar a Santa Ana; el esperar a los pediores porque, por poco que fuera “algo
se le echaba siempre por mucha necesidad que hubiera”. Recuerda cómo un día llegó una pareja 29 de pediores a la hora del almuerzo, y cómo su padre la mandó a por un par de huevos y naranjas, que quedaron fiaos, para ponerles de comer, porque eran hermanos de su Hermandad y el esfuerzo lo merecía.
Manuel, el Primer Hermano Mayor de esta Hermandad, lo fue únicamente desde ese primer momento en el que surge la idea fundacional que se puso en movimiento en 1954 hasta 1956, un año después de que la fundación se hiciera efectiva en 1955, tomando el relevo Juan Borrego. Pero, por poco tiempo que fuera, es de merecido reconocimiento haber abanderado el trascendental momento de la fundación de la Hermandad.
No dejó de acompañar a su Virgen de las Angustias hasta que los años le comenzaron a pasar factura y permaneció fiel como incondicional hermano hasta que un 17 de diciembre de 1983, a los 66 años de edad, fue llamado pronto a esa parcela en el cielo que seguro Nuestra Madre de las Angustias tiene reservada para todos aquellos que al llegar lo hacen con el presente en su pecho de tener un “Corazón Blanquillo”.
Cada lunes Santo y de manera incondicional su recuerdo se hace presente en la persona de su hija Pilar que, de las primeras en la Ermita, aguarda tras el paso para velar a la Virgen en su Estación de Penitencia, y en ella brota la emoción al contar que esta manda es en recuerdo de su Padre.
Manuel, desde aquí, para Ti que fuiste el “Primer Hermano Mayor”, nuestro recuerdo y humilde reconocimiento, y desde allí, cercano ya a Ella y al Hijo de su regazo, pídele por tu Hermandad y por tantos hermanos y hermanas Blanquillos que hoy continúan tu legado.